domingo, 7 de noviembre de 2010

Un nuevo rumbo

Dime y lo olvido, enséñame y lo recuerdo, involúcrame y lo aprendo. Aun resuenan aquellas palabras que el señor Franklin me dijo aquella calurosa mañana del mes de mayo.
Por aquel entonces yo contaba con la temprana edad de ocho años, no tenía ni idea de lo que me iba a deparar la vida. Vivía feliz con mis padres y mi hermana en una pequeña casa a orillas de un prado. Mi vida no podía ser mejor, ayudaba a mama en las tareas cotidianas, montaba a caballo con papa y me peleaba constantemente con mi hermana rosalie. Por la tarde asistíamos a las clases del padre Franklin, un cura de avanzada edad que tenía una escuela improvisada para todos los rurales que no podían ir a la gran ciudad a diario.
Vivíamos en una burbuja, ajenos a todo cuanto acontecía en el mundo, nosotros no los necesitábamos a ellos y ellos a nosotros tampoco.
Un día llego un forastero de la ciudad y llamo a la puerta de mi casa, papa le abrió y estuvo un rato charlando con él en el porche. Yo le pregunte a mama quien era aquel forastero y me dijo que una persona de la ciudad que había venido a visitarnos. Tras lo que pareció una charla animada el forastero entro en casa con papa y se acomodaron en el sillón. Mama sirvió te y pastas y los dejo que continuasen su conversación. Yo me senté en suelo cerca de ellos a jugar con mi avión de madera, un caro juguete que me había regalado mi abuelo hacia ya unos años. Al cabo de lo que a mí me parecieron horas papa se levanto y se dirigió hacia mí, me dijo que fuese a darle compañía al señor Albert mientras él buscaba unos documentos en su habitación.
Yo me levante y fui al salón, al principio no supe que decir ni hacer, el se quedo mirándome tras sus gafas, yo lo mire fijamente y entonces le dije:
-Hola.
-Hola pequeño-me dijo el-¿cómo te llamas?
-Me llamo Adolf.
-Bonito nombre Adolf, y dime, ¿eres feliz viviendo aquí?
Aquella pregunta me extraño en demasía pero le conteste sin reservas, le dije que era muy feliz y le conté todo lo que hacía a diario, desde las peleas con Rosalie pasando por las clases del padre Franklin.
Cuando yo estaba más emocionado contándole todo cuando acontecía en mi vida, mi padre entro de nuevo en el salón con una carpeta bajo el brazo. El hombre se levanto rápidamente y cogió los documentos, intercambiaron algunas frases más y salieron a la puerta, el hombre antes de irse se dirigió a mi mama para despedirse.
-Señora Hitler, ha sido usted muy hospitalaria.
-No tiene importancia señor-dijo mama con devoción.
El hombre saludo con un gesto de cabeza y se marcho.

Firmado: Adolf Hitler. Comandante jefe de las S.S Alemanas.

Miguel.

No hay comentarios: