sábado, 23 de abril de 2011

Relato corto: Presa de sus actos


Te crees una persona respetable para los demás, crees que los demás te respetan pero lo cierto es que te repudian. Mírate, no tienes más que ver lo solo que estas, creas una falsa atmósfera a tu alrededor para eludir la cruda realidad.

Lo cierto es que es ponzoña lo único que recorre tu cuerpo, apenas si te queda sangre, no hay manera de salvar tu alma. Guíate por los consejos de este joven paladín, ¡retírate! antes de que sea demasiado tarde.

Martín despertó con el sonido de aquellas palabras aun resonando en su mente, había estado dormitando en el campamento. Había llegado apenas unas horas atrás del campo de batalla. Esta vez su enemigo había hecho mella en sus defensas y no habían tenido más remedio que dar marcha atrás.

Anduvo por el campamento sin rumbo fijo, los caballeros heridos en la contienda de contaban por miles, los cuerpos sin vida estaban apilados allí donde miraba.

Sus pasos lo dirigieron hasta la tienda de la vieja yaku, una anciana que trataba de aliviarlos con sus pócimas. Al entrar un espeso olor inundo sus sentidos, la vieja yaku estaba vigilando un caldero que humeaba encima de un fuego.

-Soldado-fueron las palabras que salieron de la boca de la vieja yaku al ver a Martin.
-Anciana vengo a que alivies mi pesar.
-Cuéntame que te aflige-le dijo la anciana escrutándolo con su ojo bueno pues el otro lo tenía totalmente blanco.
-Llevo varios días que no puedo consolar el sueño, cuando Morfeo me arropa con sus brazos escucho unas voces desalentadoras que me dicen cosas terribles.
-Y dime soldado, esas voces de las que me hablas ¿te atormentan sin razón alguna?

Martín bajo la mirada y callo por unos instantes.
-Lo cierto es que mi conciencia no está todo lo limpia que me gustaría.
-¿Que es eso que tanto te aflige?-le dijo la vieja yaku levantando su cabeza con un dedo.
Martín no supo que contestar al principio, pero algo en la mirada de aquella anciana lo empujo a hablar.

-Soy un paladín habilidoso, doy victorias a mi rey y estoy bien valorado en mi comunidad.
-Aham-dijo la anciana-prosigue.
-Pero lo cierto es que no tengo contemplación alguna para hacer lo que sea necesario para llevar a buen puerto mis cometidos. Allá en Ondulas mi ciudad natal la gente me repudiaba, los débiles me esquivaban yhuían de mi, y los valientes caían a mis pies.

He tenido una buena vida, siempre he obtenido lo que me he propuesto y no ha habido hazaña que se me haya resistido, he llevado a hombres al abismo de la locura solo con mi palabra y mis malas artes, los he dejado desahuciados, desprovistos de voluntad propia. Mi vida seria perfecta de no ser por estas voces, estos cánticos del demonio que no cesan en su empeño.

La anciana escucho a Martín hablar con una sonrisa en su cara, como si fuese una máscara veneciana sin más talla que la dada por su creador.

-Entiendo lo que me dices soldado, y conozco tu mal mejor de lo que te puedes imaginar. No tienes cura alguna y jamás podre aliviar tu pesar con pócimas de mi cocina. Cuando cometemos un acto de maldad deliberada nuestro corazón que es lo más puro que tenemos en este mundo se resquebraja. Tú tienes el corazón hecho mil pedazos, no importa lo arrepentido que estés o lo que hagas para aliviarlo, no hay vuelta atrás.

Llegamos a este mundo y nuestros actos dirigen nuestra vida, mas tarde o más temprano recoges la semilla de lo que ha sembrado y aunque parezca que no tiene efecto lo cierto es que siempre tus actos acaban marcando tu destino.

Ve lucha y muere en el campo de batalla, solo así conseguirás tener paz.

Martín se levanto desolado, con los hombros gachos, jamás había pensado que lo que hacia tuviese repercusión alguna en el.

Justo antes de salir la anciana lo miro a los ojos y le dijo:

-Espero que en tu próxima vida sea la nobleza y la verdad lo que dirija tu espada, ahora marcha, disfruta tu última batalla y purifica tus pecados con los fuegos de los infiernos.

Martín salió de la tienda y no se le volvió a ver jamás en ningún sitio, que fue de su cuerpo o de él es algo que nadie a día de hoy a conseguido saber.


Autor: Miguel Gonzalez Quirós.

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