A veces basta con pensar que uno está tomando alcohol o cualquier otra droga para sentirse invadido por los efectos de esa sustancia.
Una broma que se ha propagado en muchas universidades, por ejemplo, consiste en dar a fumar una planta semejante a la marihuana que en realidad no es marihuana. La víctima empieza a decir tonterías y a asegurar que se está “colocando”, hasta que finalmente se le revela que ha estado fumando algo sin efectos psicoactivos. Lo cual demuestra, también, el poder del placebo.
El investigador Richard Wiseman realizó un experimento más exhaustivo con el alcohol, también con estudiantes universitarios. Los participantes debían pasar una noche en un bar, con sus amigos. El alcohol era totalmente gratis (hecho que propició que muchos estudiantes aceptaran someterse al estudio).
Antes de que empezara la fiesta, sin embargo, los participantes tuvieron que superar una serie de pruebas:
Cada estudiante recibió una lista de números y tenía que recordar todos los posibles, caminar por una línea marcada en el suelo, y pasar por una prueba de tiempo de reacción que consistía en sostener una regla entre el pulgar y el índice, para después soltarla y cogerla en cuanto la viera moverse.
A continuación, dividieron el grupo en dos: los rojos y los azules (todos recibieron una chapita correspondiente a su color. La fiesta empezó y, a medida que la gente iba a la barra a pedir más bebidas, hablaban más alto, estaban más alegres y coqueteaban más entre ellos. Al intentar superar las pruebas del principio de la noche,la mayoría lo hizo muchísimo peor.
Tanto el grupo rojo como el grupo azul tuvieron unos resultados muy similares: sufrían problemas de memoria, experimentaban dificultades para mantener el equilibrio sobre la línea y se les caía la regla.
Lo que no sabían los estudiantes es que todos los integrantes del grupo azul bebieron, sí, pero ni una gota de alcohol. Todas las bebidas sabían y olían como si tuvieran alcohol, pero algunas no tenían ni un gramo.
El personal de la barra tenía instrucciones estrictas de mirar el color de la chapa de cada persona antes de servirla, ya que debían proporcionar alcohol de verdad a los del grupo rojo e imitaciones sin alcohol a los del grupo azul.
Al creer que estaban borrachos, los que no habían tomado alcohol se comportaban como si hubiesen bebido. El mismo tipo de efecto aparece en los ensayos clínicos: las personas expuestas a falsa hiedra venenosa desarrollan sarpullidos reales, los que beben cafés descafeinado están más despiertos y los pacientes que pasan por una falsa operaciones de rodilla afirman sentir menos dolor en los tendones “curados”.
1 comentario:
voy a tener que llevar a cabo alguna vez esos pensamiento, a lo mejor me sale más barato
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